martes, 15 de abril de 2008

Después de haberme acostumbrado a hacer y deshacer, de creer que no habia más que aprender, llegaste tú. Tu sonrisa entró e ilumino el espacio que había sido desalojado dentro de mi, lo llenó de una manera espectacular, sin darme un segundo para entender que estaba sucediendo. Solo un par de palabras y sabía que eras tu.

Vi tus manos, blancas y suaves, pequeñas. Pero tu sonrisa, tus ojos... Nada más bastaba que llegaras tú para hacerme temblar. Cualquier espacio era clave para poder seguir tu mirada y sumergirme durante unos segundos en ti. Cómo deseaba estar junto a ti en cualquier momento a cualquier hora.
Tu paciencia. Aun me cautiva la forma en que calmas las tormentas que me azotan, de espantar los fantasmas dentro de mi cabeza, de contenerme en tus brazos y hacerme sentir a salvo ahí, en el calor de tu pecho. No hay lugar en el cual me sienta más seguro que ahí.
A pesar de las circunstancias defavorables siempre estuviste tú, los detalles, los errores, los gritos, las lágrimas... al final fuiste tú la que me levantó, y aunque estabas cansada, muerta, ahi estabas para mi.
Ahora escribo esto y no estas aquí, y los fantasmas aun siguen dando vueltas, y las tormentas comienzan. Ya no estan tus brazos, tus susurros, tu calor. Y todo lo que llenó ese espacio se fué junto a ti, y todo lo que me enseñaste quedó aquí.
Ven acuestate aquí, esta noche quiero dormir junto a ti.



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